jueves, 3 de septiembre de 2015

¿Nuestros problemas los transmitimos a nuestros hijos?



¿Nuestros problemas los transmitimos a nuestros hijos?

Muchas veces nos preguntamos qué impacto tiene para nuestros hijos nuestros problemas, asuntos pendientes, las relaciones que hemos tenido durante nuestra vida con nuestros padres, amigos, hermanos, parejas, etc. La respuesta a esta pregunta es simple, todo les afecta de mayor o menor manera, sin embargo, esto no nos debe alarmar sino que por el contrario, es algo que hay que tener en consideración a la hora de relacionarnos con ellos.
No se trata tampoco de andar continuamente angustiados con qué emociones les traspasamos a nuestros hijos, sino saber que han existido situaciones en nuestra vida que nos han afectado y que hoy en día se reflejan en nuestra paternidad.
La transmisión de nuestras problemáticas a nuestros hijos siempre se dará, algunas serán de manera consciente y, quizás, las más profundas se darán por medio de lo inconsciente. Es decir, que muchas veces no logramos darnos cuenta que lo que entregamos a nuestros hijos es fruto de una relación y de las vivencias que tuvimos en nuestra infancia, las cuales hemos pensado como experiencias agradables, desagradables o que aún no queremos pensar.
La angustia, las situaciones difíciles, las pérdidas, depresiones e incluso situaciones que significamos como traumáticas, son partes de las experiencias más difíciles en nuestra vida. Éstas, nos pudieron haber afectado durante nuestra infancia a tal modo que la única vía para resolverlas fue guardándonos lo que sentíamos creyendo que así nos protegeríamos o cuidaríamos a nuestros seres queridos. Así, ante algunas experiencias (muchas veces difíciles) hemos preferido “no molestar y mejor callar”; la fórmula que durante un tiempo nos ayudó a sobrevivir ante diversas situaciones que eran difíciles de pensar (porque nos producían pena, angustia o porque simplemente no nos permitíamos siquiera significarlas aún), con el tiempo dejan de funcionar. Comenzamos a hacer aguas por otro tipo de situaciones y que parecieran que no tienen conexión alguna con lo que nos pasa en la actualidad, así, nos enojamos, tenemos reacciones que no quisiéramos tener y que incluso ni nosotros mismos sabemos porque ocurren, pero cuando éstas ocurren nos acarrean problemas.
Nuestros hijos se recienten de los que nos pasa y nos ha pasado, establecemos una conexión psíquica por medio del lenguaje, las miradas y nuestro cuerpo. Entregamos a la hora de compartir con ellos, experiencias que nosotros mismos hemos aprendido de otros y otras que han quedado pendientes en generaciones anteriores. Así, transmitimos a otras generaciones los mismos problemas, esperanzas, conflictos, que han quedado pendientes sin que nosotros lo sepamos. Tanto ellos como nosotros hemos guardado silencio ante estas vivencias, se sabe que hay algo que pasa que pero no saben cómo ayudarnos y se ha preferido no preguntar para no generar un rompimiento o una crisis familiar que se cree que pudiese llegar a suceder ante la opción de develar el secreto.
La transmisión de nuestros conflictos conscientes e inconscientes ocurre bajo lo anteriormente descrito, pero también, bajo el “secreto psíquico”. Éste (muchas veces ignorado por nosotros mismos), guarda nuestras vivencias más profundas, aquellas que son muy difíciles de pensar y son traspasados a generaciones posteriores. Las vivencias las percibimos pero, a su vez, las hemos normalizado a tal punto que develarlas nos genera angustia, temor u conflicto. Así, las formas de expresarlas que tenemos o que tienen nuestros hijos es por medio de actitudes y situaciones que resultan ajenas a la conducta familiar (por ejemplo: angustias, miedos, diversos síntomas conductuales), generando, muchas veces que nos veamos expuestos a situaciones que resultan incomprensibles por nosotros mismos.
Sin embargo, no se trata de no traspasar estos conflictos, ni de caer en una constante situación de angustia al preguntarse una y otra vez, si lo que hace mi hijo es por tal u otra cosa que le he transmitido. Lo importante, es esclarecer conflictos o deudas que no hemos logramos resolver, que nos apoyemos en nuestra pareja, familia, amigo o terapeuta, para que así las situaciones las hagamos más amables de pensar con otros, aunque muchas veces impliquen dolor. Es importante que consideremos lo que nos ocurre y en su determinado tiempo les expliquemos a ellos lo que nos ocurrió (si es que encontramos necesario hacerlo).

Ps. Felipe Matamala

No hay comentarios:

Publicar un comentario